Pensando en un modo de ser Iglesia y cristinao diferente. Por Federico Villar
Pensando en un modo de ser Iglesia y cristiano diferente
Por Federico Germán Villar
3º EGO 2009
 
Para ser Iglesia hoy debemos mostrar la capacidad para promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen con gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo.
La Iglesia no puede dejar de mirar la realidad, ni puede vivir de espaldas a ella, no puede dar vuelta la cara a situaciones de injusticia y de pobreza, debe priorizar las tareas que contribuyan a la dignificación de todo ser humano y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano.
Debe ver con los ojos del Padre la realidad, la realidad en las que estamos llamados a servir a ser discípulos misioneros y a transformar desde Cristo la Iglesia; desde el corazón de la Iglesia al servicio de la vida.
En el centro no esta la institución, sino la razón para que esta institución exista.
Debemos preocuparnos por el SUJETO (personal) y los SUJETOS (comunitarios) de la evangelización. Es decir el tipo de comunidades que somos y el tipo de creyente que somos. Y las nuevas formas de presencia y de servicio de estos sujetos en la sociedad actual: globalizada, plural, compleja, democrática y laica.
Su misión no es lograr una sociedad toda ella cristiana, sino el formar cristianos que viven su fe en la Iglesia para el mundo, la Iglesia hace parte del mundo, está en el mundo, sirve al mundo. Lo que hace que las actitudes fundamentales que mejor definen a la Iglesia hoy sean el servicio, el dialogo y la solidaridad.
Lo cual pide transformar los cristianos culturales, tradicionales y sociológicos, en discípulos misioneros de Jesucristo. Pide superar las condiciones de muchos bautizados sociológicos, y dar el paso a bautizados por convicción.
Cristiano se hace, no se nace.
Hablamos así de una nueva pastoral que asuma criterios de actuación donde se armonizan varios elementos:
·          el discernimiento, para acoger desde la mirada de Dios la situación sin encerrarse en los propios muros institucionales.
·           la flexibilidad, para saber cambiar y adaptarse desde la misión permanente de ofrecer la salvación a las personas de hoy.
·           la creatividad, a fin de significar con novedad lo que es la fe cristiana a nuestros contemporáneos.
·           la tradición, evitando la pérdida de la propia identidad.
Esto significa mirar la realidad con más humildad, sabiendo que ella es más grande y compleja que en un pasado aún no demasiado lejano.
El reto del pluralismo socio-cultural y religioso ofrece la oportunidad para que la fe cristiana sea una opción consciente, personal y libre.
También, volver a entender el bautismo como un don y no como un deber ciudadano. Ser ciudadano no significa ser cristiano, a concebir la fe como un acto de adhesión libre y personal, que no es lo mismo que privatización de la religión.
En estas nuevas condiciones, sin dejar de ser los beneficiarios de la herencia recibida, hemos de transformarnos en proponedores de la fe.
Los cambios culturales dificultan la transmisión de la fe por parte de la familia y de la sociedad.
No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos y crispados que no convierten la vida de los bautizados.
 La fe se concibe como un hecho existencial, como una experiencia de encuentro, como un proceso de conversión permanente.
Formados en la concepción de que “la catequesis de iniciación es el eslabón necesario entre la acción misionera, que llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la comunidad cristiana, se debe tener una mirada compleja que implica la comprensión de la articulación de la catequesis con todo el proceso evangelizador en sus distintas etapas, como la comprensión de los problemas de la catequesis vinculados a los problemas más globales que desafían el hoy de la Iglesia.
 Para hacerlo, se recurre a las más recientes investigaciones en el campo de la teología, de la pastoral y de la catequesis. Se busca poner al catequista de frente con toda esta complejidad de realidades y miradas. Entrar en diálogo abierto y sincero con todas ellas.
Al ser el de hoy un contexto misionero común para toda la Iglesia, los problemas son comunes, sin perder ciertas especificidades locales. De ahí la importancia del dialogo, del aprender de los otros, de sus búsquedas, preguntas y situaciones.
El catequista de hoy necesita ser autentico “sujeto” eclesial, que piensa la catequesis, no solamente quien la “hace” de modo instrumental. Para hacerlo, el conocimiento debe dejar de estar en manos de unos pocos, y convertirse en herramienta de transformación para todos.
Como catequistas y bautizados comprometidos hoy tenemos que plantearnos un nuevo modo de hablar de Dios, cuestiones todas que asumen los grandes retos de las transformaciones sociales, religiosas y culturales.
El desafío es tomar el documento e ir más allá del documento, escuchando distintas voces sobre el mismo, hasta la más críticas y desafiante.
Debemos asumir y entender mejor como cristianos asumiendo la forma de Aparecida: “discípulos y misioneros de Jesús Cristo para que nuestro pueblo en el tengan vida”.
Ahora debemos afrontar el reto de lo múltiple, lo complejo, lo diverso, lo incierto, y ubicarnos de esa manera en un mundo de cambio, esta es una invitación valida para hacer una evangelización más misionera.
Los Obispos dicen: “Estamos acostumbrados a pensar que la transmisión de la fe es como un río que se va haciendo más grande poco a poco, a medida que los afluentes van acrecentando su caudal y ensanchando su curso. Así, la tradición de la fe tenía su fuente en el hogar.
Luego, durante la infancia y la adolescencia, ensanchaba su curso con el gran afluente de la escuela y la enseñanza religiosa escolar.
A continuación, la parroquia tomaba el relevo para el resto del camino y el declinar de la vida. La transmisión de la fe se realizaba de modo progresivo, encadenándose de edad en edad, como una herencia llevada y conducida por el continuo oleaje de la vida, en el diario funcionamiento de las instituciones sociales y eclesiales (…)
Hay que reconocer que esta imagen del río y sus afluentes no corresponde demasiado a la realidad (…) La imagen del río evoca el dispositivo que ha servido para encaminar el proceso de fe de las generaciones anteriores a nosotros. Los lugares institucionales que lo caracterizaban se han ido descolgando continua y lentamente.
Necesitamos pasar, de este modelo del río, cuyo desenlace se ha hecho incierto, a otro modelo. En las nuevas condiciones, que son ahora las nuestras, lo que nos importa es remontar hasta allí donde la fe tiene su fuente; es decir, hasta el corazón de la experiencia de la gente.
 La fuente está en las personas en los momentos esenciales de su vida, en las experiencias más básicas en que se dieron las primeras vibraciones, los primeros rumores de la fe. Esta fuente es la que está en el punto de partida de todos los caminos y es la que hay que volver a buscar continuamente, abrirla y canalizarla (…)”.
La invitación de los Obispos seria llamar a las comunidades diocesanas y parroquiales, “comunidades de aprendizaje”, a modo de lo que pide hoy la educación. En términos nuestros llamamos misioneras, catecumenales y de crecimiento continuo. Comunidades que asumen el dialogo de saberes como una realidad en su interior.
 Este es el modo de ser instrumentos del Reino, del Reino del amor, de la vida, de la solidaridad y la justicia.
 
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