El mito en Psicoanálisis
EL MITO EN EL PSICOANÁLISIS
Por: Lic. en Psicología Adrián Lilino
 
En el carácter psicoanalítico podemos vislumbrar que aquí también el mito juega un papel clave en tanto fundamento de todo sujeto (cada uno de nosotros esta atravesado por mitos constituyentes de la subjetividad humana). Freud considera al mito como fantasías inconscientes, o sea, que todo mito, es el resultado de un entramado de fantasmas inconscientes que tienen eficacia sobre el sujeto. Ello pareciera no solo tener importancia en psicoanálisis: “La creación de mitos es fundamental en psicoterapia. Es esencial que el terapeuta permita al cliente tomarse en serio sus mitos, aparezcan estos en forma de sueños, asociaciones libres, o fantasías. Cualquier individuo que necesite aportar orden y coherencia al flujo de las sensaciones, emociones e ideas que acceden a su conciencia desde el interior o el exterior, se ve forzado a emprender por si mismo, lo que en épocas anteriores hubiera llevado a cabo su familia, la moral, la Iglesia y el Estado. En la terapia, los mitos pueden ser una extensión, una forma de poner en práctica nuevas estructuras vitales o un intento desesperado de reconstruir el propio modo de vida. Los mitos, como dice Hannah, Green, “comparten nuestra soledad”.“[1]
El arribo de Freud a la cuestión de los mitos nace a partir de su propio autoanálisis: “El 15 de octubre de 1897, en la carta en que relata detalles importantes de su autoanálisis, Freud anunciaba los dos elementos del complejo de Edipo: el amor hacia uno de sus progenitores y los celos y la hostilidad hacia el otro. Este descubrimiento no significaba una cosa puramente incidental para la teoría de los sueños, dado que ilustraba vívidamente las raíces infantiles de los deseos inconscientes que animan a todo sueño. Basándose en esto explicaba a continuación el conmovedor efecto de la leyenda de Edipo y sugería además que no era otra cosa lo que se escondía bajo el dilema de Hamlet.[2]
También en mí, he hallado el enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre, y ahora lo considero un suceso universal de la niñez temprana, si bien no siempre ocurre a edad tan temprana como en los niños hechos histéricos. (Esto es semejante a lo que ocurre con la novela de linaje en la paranoia: héroes, fundadores de religión.) Si esto es así, uno comprende el cautivador poder de Edipo rey, que desafía todas las objeciones que el intelecto eleva contra la premisa del oráculo, y comprende por qué el posterior drama de destino debía fracasar miserablemente.”[3]
Así es como Freud extiende a partir de su autoanálisis y de la visión de elementos símiles en los diferentes casos clínicos que se le presentaban, una de las primeras nociones en torno al complejo de Edipo, al cual ya está pensando como un fenómeno de índole universal: ”Nos rebelamos contra toda compulsión individual arbitraria (de destino), como la que constituye la premisa de Die Ahnfrau (de Grillparzer), pero la saga griega captura una compulsión que cada cual reconoce porque ha registrado en un interior la existencia de ella. Cada uno de los oyentes fue alguna vez en germen y en la fantasía un Edipo así, y ante el cumplimiento de sueño traído aquí a la realidad objetiva, retrocede espantado con todo el monto de represión (esfuerzo de desalojo y suplantación) que divorcia a su estado infantil de su estado actual.[4]
Al respecto Laplanche afirma: “Observemos que, desde esta primera formulación, Freud alude espontáneamente a un mito que se halla allende la historia y las variaciones de lo vivido individualmente. Desde un principio afirma la universalidad del Edipo, tesis que ulteriormente se irá reforzando: “Todo ser humano tiene impuesta la tarea de dominar el complejo de Edipo[5]”.
Hacia el siglo VI a.c. la influencia del discurso mítico empieza a ser sustituido por un nuevo género que se va acrecentando: el de la tragedia. Es aquí donde viene a inscribirse el mito de Edipo. Y ello es particularmente significativo en la lectura que nosotros hacemos del mismo ya que aquí hay una implicancia del sujeto respecto de aquello que le acontece.
En la tragedia el héroe es víctima del destino que el oráculo le vaticina, sin embargo esto no lo libera de su responsabilidad y compromiso en su accionar. Con lo cual aunque haya un designio que lo marque la culpa no está ausente. Anteriormente el sujeto héroe que aparecía en los relatos míticos, llevaba adelante una historia pero sin una implicancia subjetiva total respecto de aquello que le acontecía. La determinación de su destino pertenecía entonces a las figuras divinas y el héroe quedaba posicionado de modo ingenuo, inocente ante el mismo.
Por otra parte y al contrario del mito, la tragedia implica un autor, una elaboración escrita en donde la palabra determina el desarrollo mismo de toda la obra que sólo logra cobrar verdadero sentido al llegar al final del relato.
Vale destacar ciertos puntos que nos ayudarán a entender la tragedia que Sófocles narra y su implicancia en el complejo de Edipo.
En primer lugar el oráculo le había vaticinado al Layo, rey de Tebas, que el hijo que iba a nacer de su mujer Yocasta lo mataría y se casaría con la misma. Es por ello que en vista, a evitar tal destino trágico decide darle muerte. Sin embargo, Yocasta al enterarse de tal intención se lo entrega a un sirviente que lo abandona en un bosque colgado por los pies a un árbol. Allí Edipo es recatado por una familia que lo trata tal como si fuera un propio hijo, ocultándole su verdadera procedencia.
Al llegar a mayoría de edad, Edipo consulta al oráculo por su destino, quien le anuncia que matará a su padre y se casará con su madre. Para evitar el cumplimiento de este designio huye, pero en su huída se encuentra con Layo, a quien luego de una disputa mata. Posteriormente se encuentra con la Esfinge, que era quien estaba ante las puertas de entrada a Tebas, teniendo como misión no dejar ingresar a nadie y matar a todos aquellos que no respondían a su enigma. Edipo resuelve el mismo, ingresando a Tebas, pasando a ocupar el lugar del rey ausente y tomando por esposa a Yocasta.
En un segundo momento, y ante una serie de pestes que azotan a Tebas el oráculo señala que se deben a que la sangre de Layo reclama justicia. Edipo promete entonces encontrar al culpable de tal tragedia y castigarlo, desconociendo que esta misma afirmación lo condenaría. Allí se devela la verdad; Edipo había matado a Layo, su padre, frente a lo cual Yocasta se suicida y Edipo se arranca los ojos y se destierra de Tebas.
 
Aquí podemos evidenciar que pese a todas las tentativas de Edipo de evitar los vaticinios del oráculo, este se cumple, y más allá de que el destino lo había posicionado de un modo particular frente a sus padres, la responsabilidad se hace presente, aparece la culpa y las consecuencias recaen sobre él.
Esto se vincula al descubrimiento, base del psicoanálisis, del inconsciente: aunque Edipo no haya sido consciente de los actos que realizaba, esto no lo eximía de la responsabilidad ni de la culpa. Y es más, estas culpas se transmiten en el linaje de su familia, mediante el nombre propio. El nombre de Edipo contiene su propio destino: “pie hinchado”, y esto lo une a su padre, Layo: “camina torcido”, quién a su vez era hijo de Lábdaco: “es rengo”. Ello nos introduce a la cuestión de la identificación; Lábdaco era representante de una tribu llamada los Labdácidas, quienes tenían en su historia, una dificultad para erguirse sobre determinado territorio, para pararse sobre sus pies en un lugar estable.
Y es más, otras significaciones también se hacen presente en Edipo: el nombre significa: “pies hinchados” (oído: hinchado, dipuos: pies), que enlazado a “oída” (yo sé) se vincula a el enigma que la esfinge le propone: “¿Quién es aquella criatura que primero camina en cuatro pies (tetrapous), después en dos (dipuos), y por último en tres pies (tripuos)?”. Con lo cual en este mismo interrogante se incluye el propio nombre de Edipo, se trata de él mismo, se trata del hombre. Esto supone que allí Edipo en su nombre condensa un saber acerca del hombre, representando a todo hombre en la búsqueda de su verdad.
Edipo al resolver el enigma, el problema del hombre, termina sabiendo quien es a partir de su nombre, y en ello el psicoanálisis se asentará para sostener que ello aparece como tendencia universal en todo sujeto humano.


[1] MAY, Rollo, “La necesidad del mito”, Ed. Paidós, 1ra. reimpresión, Barcelona, 1998, p. 22.
[2] JONES, Ernest, “FREUD”, Volumen primero, Ed. Salvat, 1ra. ed., Barcelona, 1985, p. 265.
[3] FREUD, Sigmund, “Obras completas” Tomo I, Amorrortu editores, 6ta. reimpresión, Buenos Aires, 1998, p.307.
[4] Ibidem.
[5] LAPLANCHE-PONTAILS, “Diccionario de Psicoanálisis”, 3ra. ed., Barcelona, 1981, p. 62.
 
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