Edgar Morin (2001) plantea que lo humano permanece hoy cruelmente dividido, fragmentado en pedazos de un rompecabezas que perdió su figura. Y esto parece suceder porque se intentó concebir la unidad compleja de lo humano por medio del pensamiento disyuntivo. De este modo, el hombre es cuerpo o espíritu, plenamente biológico o plenamente cultural, conglomerado de elementos químicos o un ser noble por la razón, vive para la sociedad o la sociedad debe vivir para él, es puro impulso o afectividad o mera racionalidad.
Justamente son todas estas disyunciones las que busca superar el autor mencionado proponiendo la tesis del homo complexus. El ser humano, nos dice: “… es un ser racional e irracional, capaz de mesura y desmesura, sujeto de un afecto intenso e inestable; él sonríe, ríe, llora, pero sabe también conocer objetivamente; es un ser serio y calculador, pero también ansioso, angustiado, gozador, ebrio, extático; es un ser de violencia y de ternura, de amor y de odio; es un ser invadido por lo imaginario y que puede reconocer lo real, que sabe de la muerte, pero que no puede creer en ella, que segrega el mito y la magia, pero también la Ciencia y la Filosofía; que está poseído por los dioses y las ideas, pero que duda de los dioses y crítica las ideas, se alimenta de conocimientos comprobados, pero también de quimeras e ilusiones…”[1]
Ahora bien, estas ideas ¿surgen de la profundidad creadora de este pensador, independiente de todos los esfuerzos intelectuales anteriores, que intentaron explorar y pensar la pregunta por el hombre? Se considera que tienen su origen en ambas cuestiones a la vez, en una inteligencia que recorre diversas perspectivas para pensar al hombre y arriesga una mirada que propone como superadora.
Y aquí nos parece sugerente preguntar, cómo nos colocamos ante la pregunta antropológica, como aquél que mira respuestas contemporáneas a la cuestión del hombre y las asume como válidas, o bien como aquél que quiere pensar todo de nuevo. Esta última postura, es la que se percibe en la estructura de este manual y en los contenidos de esta unidad.
Descartes nos ofrece la clave de bóveda para pensar este asunto: “…en lo que atañe a las opiniones que hasta entonces había yo admitido en mi creencia, pensé que no podía hacer cosa mejor que intentar por una vez suprimirlas todas, a fin de colocar después en su lugar, bien otras mejores, o bien las mismas, una vez ajustadas al nivel de la razón…”[2] El manual ofrece la posibilidad de encontrarse con diversos esfuerzos del hombre para interpretarse a sí mismo, en el mundo moderno y contemporáneo, para volver a pensarlos y para pensar la compleja realidad actual. Si tomamos los ejes de la libertad, la igualdad y la fraternidad, inmediatamente podríamos poner estos conceptos entre signos de pregunta: ¿Son posible tales ideales? ¿En qué se fundamentan? La problematización con respecto a qué sea el hombre: conciencia, razón, pasión, voluntad, biología, tendrá consecuencias en el modo de pensar los ideales de la Revolución Francesa.
Diversas perspectivas acerca del hombre
En 1494 Pico Della Mirandola publicó su Discurso sobre la Dignidad Humana, preguntándose por qué el hombre es el más afortunado y digno de todos los seres animados. Dios, según él, habiendo consumado su obra, pensó en producir al hombre para que la comprendiera y lo puso en el centro del mundo. Además, lo hizo artífice y soberano de sí mismo. Este último puede ser bestia y parecerse a los seres inferiores o con su libre elección buscar el fuego del amor, el esplendor de la inteligencia y la solidez del discernimiento.
El pensamiento cartesiano abre la modernidad y recorre con su influencia todo el siglo XVII ya sea por los desarrollos subsiguientes de su filosofía (Racionalismo) o por las críticas que recibe y a partir de las cuales emergen nuevas filosofías (Empirismo). Luego de demoler todo con la duda, lo único que queda en pie, en el pensamiento de Descartes, es la certeza de que está dudando, o lo que es lo mismo, de que está pensando. Y si piensa, es porque existe. Este primer principio indubitable de la Filosofía: “Pienso, luego existo” tiene importantes consecuencias, no es sólo un fundamento del conocimiento, sino una definición de la esencia del hombre. Para Descartes el hombre tiene una naturaleza y ésta consiste en la razón, la capacidad de tener ideas. Todos los hombres, en principio, están igualmente dotados para alcanzar la verdad porque poseen por naturaleza la facultad para distinguir lo verdadero de lo falso.
Diversa es la postura de Hume, él siente una intensa inclinación a considerar los objetos desde la perspectiva en que se le muestran. Nuestro yo esta constituido por una sucesión de percepciones. La experiencia es, según él, el principio que nos permite realizar las distintas conjunciones de los objetos en el pasado. El hábito, el principio que nos posibilita esperar lo mismo en el futuro. Tanto la memoria, como los sentidos y el entendimiento están fundados en la imaginación, o vivacidad de nuestras ideas. Preguntas tales como: ¿Dónde estoy? ¿Qué soy? ¿A qué causa debo mi existencia?, dice Hume, son una quimera, que tal vez, una impresión pueda hacer olvidar. Como filósofos tenemos que basarnos en principios escépticos y seguir la razón sólo cuando se combine con alguna inclinación.
Por otro lado, aparece también en el manual la propuesta teórica de Hobbes. Los hombres son iguales por naturaleza, pero precisamente de esta igualdad en la capacidad procede la desconfianza. Dos hombres desean la misma cosa, pero como ambos no pueden disfrutarla, se vuelven enemigos. El otro es una amenaza, puede querer el fruto del trabajo e inclusive la libertad de otro hombre. La desconfianza provoca la guerra, el hombre se anticipa a la amenaza y el modo más razonable de hacerlo es dominar por medio de la fuerza y la astucia a los otros hombres, que seguramente pretenderán hacer lo mismo con él. Así, en la naturaleza del hombre se encuentran tres causas principales de discordia, la competencia, por la cual los hombres se atacan para buscar un beneficio; la desconfianza por la que logran seguridad y defensa de lo propio; y la gloria, que los impulsa a buscar reputación. Por lo tanto, si los hombres viven sin un poder común (Estado civil) que los atemorice a todos, seguramente se encontrarán en guerra todos contra todos.
Para Rousseau, la mayor parte de nuestros males son obra nuestra, y los habríamos evitado conservando la manera sencilla, uniforme y solitaria que nos estaba prescripta por la naturaleza. Esta última nos había destinado a estar sanos, por esto, se atreve a sugerir que el estado de reflexión es un estado contra la naturaleza, y que el hombre que medita es un animal depravado.
La irrupción decisiva de la teoría evolucionista para pensar al hombre, se produce gracias a la obra de Darwin. Este último pudo aportar material abundante en apoyo de la evolución de las formas vivas e intentó explicarla mediante la teoría de la selección natural; es decir, que ocurren una serie de mutaciones casuales de la herencia, pero la selección natural se cumple con la lucha por la existencia. Sólo los individuos capaces de vivir se mantienen, se reproducen y desarrollan, mientras que los individuos de vida precaria perecen o son destruidos.
El manual también ofrece la posibilidad de confrontar con las ideas de Marx. Aquí aparece el hombre como parte de la naturaleza, el hombre vive de ella. Este último no es simplemente un ser natural, sino un ser natural humano. El animal produce sólo por la necesidad física, el hombre también lo hace libre de esta necesidad, se enfrenta libremente a su producto. La elaboración del mundo objetivo lo constituye en cuanto ser genérico. A través de dicha elaboración, la naturaleza aparece como la obra y la realidad del hombre. Pero el trabajo enajenado degrada la propia actividad. El trabajador se torna más pobre cuanta más riqueza produce. El objeto que produce el trabajo, su producto, se enfrenta a su productor como un ser ajeno, como una fuerza independiente. La realización del trabajo aparece como desrealización. Inclusive, el trabajo mismo se convierte en un objeto.
Como ya se dijo, se puede encontrar en este material, la concepción racionalista del hombre, por ejemplo en el pensamiento de Descartes, pero también la de Nietzsche para quien la razón no es lo primario ni lo fundamental en el hombre. El intelecto, como medio de conservación del individuo desarrolla sus fuerzas principales fingiendo. El hombre, fija lo que ha de ser “verdad”, inventando una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria. Ahora bien, Nietzsche nos dice que lo bello por lo bello, lo verdadero por lo verdadero, lo bueno por lo bueno son tres formas del mal ojo hecho a la realidad. ¿Qué es la verdad? Una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes, las verdades son ilusiones y el hombre se olvida que lo son.
Ahora bien, ya en el siglo XX, se propone reflexionar también en torno a la propuesta de Sartre. Este último sostiene que no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere. El primer paso del existencialismo es asentar sobre el hombre la responsabilidad total de su existencia. Pero la propuesta de Sartre no es el subjetivismo, no es la pura decisión inmanente de una libertad desligada de toda relación con el mundo. Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos. Soy responsable para mí mismo y para los otros.
Por otro lado, aparece también la propuesta de Buber, que sostiene que el hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal, ni la colectividad en cuanto tal. Sólo cuando el hombre reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como hombre, y marche desde este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro transformador. El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Más allá de lo subjetivo, más acá de lo objetivo, se encuentra el ámbito del “entre”, y esta situación dialógica es accesible sólo ontológicamente.
Además en el manual de EGB III se sugiere la propuesta de Esther Díaz para pensar el sujeto virtual en la posmodernidad. El sujeto conserva su discurso, pero éste no garantiza identidad. La identidad puede ser cambiante. Chateando puedo ser quien realmente soy o puedo ser otra persona. Para quien se comunica a través de las señales luminosas de la pantalla no existen garantías de identidad. Somos sujetos mediatizados por técnicas. Somos sujetos sin cuerpo. Somos sujetos virtuales.
Pensar la complejidad que supone la pregunta por el hombre y las diversas problemáticas que éste vive en el mundo contemporáneo sigue siendo una tarea en construcción. Volviendo a Descartes, quisiéramos tomar como modelo su actitud, volver a pensar todo de nuevo, pero en torno a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Volver a pensar de la mano de todos los pensadores mencionados y con las demandas de nuestro tiempo. Pensar qué sea el hombre es una cuestión crucial para quien desea saber si estos ideales son posibles o los desafíos que los mismos nos presentan.
Unidad 4: Ética
¿Los valores son universales?
Una de las preguntas que orientan la discusión en el terreno de la ética es si existe un principio moral que pueda ser considerado universal. Quienes afirman la posibilidad de que los valores sean universales se encuentran en una posición que se denomina Universalista y quienes niegan esta posibilidad se ubican en las filas del Relativismo.
¿Cómo fue tratada esta discusión en la Modernidad? y ¿cómo es abordada actualmente? Serán las dos preocupaciones que trataremos de dilucidar.
Para el pensamiento moderno, el universalismo ético intenta buscar su fundamentación en el hombre y no en valores procedentes de Dios. Sabemos que uno de los rasgos más fuertes de la modernidad es justamente el intento de desprenderse del principio de autoridad para poder construir un pensamiento secular y autónomo. De ahí que, quienes se ubican en una postura universalista en el contexto de la modernidad afirmen que el deber y la obligación moral se asientan en la razón humana. Uno de los principales exponentes de esta línea de pensamiento es indudablemente Kant, fundador de la ética formal.
Como contrapartida al universalismo, encontramos también en la modernidad, defensores del relativismo ético, para los cuales no es posible encontrar un único principio moral que podamos considerar verdadero. Entre los escépticos de la posibilidad de alcanzar una fundamentación universal de los valores, podemos mencionar a David Hume.
El relativismo se profundizó en el período posterior a la modernidad y que hoy muchos pensadores denominan “posmodernidad”, sobre todo a partir de una serie de acontecimientos nefastos que pusieron en jaque la idea de un principio moral universal. Pensemos, por ejemplo, en las guerras mundiales, en el nazismo, en la creciente desigualdad social. Hasta qué punto podemos hablar de un bien universal si parece que el bien “fue entendido de muchas maneras”.
Sin embargo, tal vez no se trate de caer en posturas extremas que cargan la responsabilidad en la dimensión racional del hombre como si fuera la culpable de todas las atrocidades humanas. Ricardo Maliandi, por ejemplo, propone una “vuelta a la razón”, es decir, una recuperación del diálogo y la argumentación como herramientas centrales contra la violencia y la irracionalidad.
Algunos problemas éticos en la modernidad y posmodernidad. Propuesta bibliográfica.
a) Introducción a la problemática ética en la modernidad:
Para comenzar a comprender el panorama del pensamiento moderno en relación a la ética se sugiere el texto de Schneewind en Peter Singer “La filosofía moral moderna” donde el autor plantea un recorrido por tres etapas de la modernidad en relación a la ética:
1 Separación de la idea de una fundamentación religiosa de la moral.
2 Defensa de la noción de autonomía
3 Preocupación por la moral pública
b) Problema de la fundamentación de la moral: Universalismo vs. Relativismo:
Como defensa del universalismo se propone la lectura de la “Fundamentación de la metafísica de la costumbres” (cap. 1) de Kant.
Este texto resulta fundamental en el pensamiento filosófico moderno dado que constituye la exposición de las ideas kantianas en torno a la posibilidad de fundamentar una ética de alcance universal. El criterio que permite distinguir el carácter moral de una acción radica en la intencionalidad y no en el resultado. De ahí, que la ética de Kant sea una ética formal, para la cual lo único bueno en sí mismo es la buena voluntad. El Imperativo categórico es la ley universal que nos permite obrar por deber y contra nuestras inclinaciones egoístas.
Como contrapartida al universalismo kantiano, podemos encontrar la posición de D. Hume, crítico de la posibilidad de alcanzar una fundamentación universal de los valores. En el texto “Tratado de la naturaleza humana. Sección II”, Hume afirma que la moral está vinculada con nuestros sentimientos de aprobación y desaprobación. “Aprobamos aquellos deseos que nos llevan a hacer algo beneficioso y desaprobamos lo que nos causa daño”.
Para profundizar la cuestión del relativismo, el texto escrito por D. Wong en “Compendio de ética” de Peter Singer, resulta muy interesante. Aquí se hacen algunas aclaraciones acerca de la manera en que se suele entender el relativismo. Wong advierte que el principal motivo de discusión con los relativistas es que frecuentemente se piensa en esta postura desde su versión más extrema, una especie de relativismo radical que afirma “todo vale”. Por eso, el autor propone concebir al relativismo como una posición más moderada o razonable que al mismo tiempo que niega la existencia de una única moral verdadera, admite que algunas posturas pueden ser falsas en virtud de las funciones que deben desempeñar en la sociedad.
Wong distingue dos tipos de relativismos: un relativismo metaético y un relativismo normativo. Una posición razonable del primero supone descartar las posturas incapaces de considerar los intereses de los demás, y una versión moderada del segundo, consistiría en la posibilidad de juzgar otras culturas cuando éstas asuman una actitud intolerante de las diferencias.
c) La ética en la posmodernidad: altruismo indoloro vs Imperativo Categórico. Crisis de la idea kantiana de deber.
Texto de G. Lipovetsky: “El crepúsculo del deber. Cap.: las metamorfosis de la virtud”.
La sociedad posmoderna ha sustituido el ideal del deber moral y de ayuda al prójimo por el del amor a sí mismo. “Eclipse del deber”, “moral sin obligación ni sanción”. No se trata de que el hombre posmoderno sea más egoísta, sino que ahora ser egoísta no está mal visto, no es inmoral como proclamaba Kant. Se desculpabiliza el egocentrismo, lo que no significa, sin embargo, que estemos en un estado de naturaleza. Se quiere ayudar al otro pero sin comprometerse demasiado.
Los medios de comunicación ejercen un rol central: orientar la generosidad como si la ética fuera un show. Pensemos en los recitales como “Live 8” o en las campañas de Unicef “Un sol para los chicos” donde se difunde la solidaridad y se intenta sensibilizar a través de figuras reconocidas de la música o la televisión.
Esto trae como consecuencia dos grandes paradojas:
1 Los medios desencadenan gestos de solidaridad pero al mismo tiempo liberan de compromiso a los espectadores.
2 Nos hemos vuelto más sensibles a la miseria expuesta en televisión que a la miseria cotidiana que percibimos diariamente.
En la misma línea de Lipovetsky, Esther Díaz en su texto “Posmodernidad”. Cap. “La posética” señala las principales transformaciones en el modo de concebir la ética en la sociedad posmoderna en relación a la ética moderna. Entre esas transformaciones cabe mencionar: el desplazamiento de una ética centrada en el deber hacia una ética preocupada por lo conveniente. Ya no importa lo que se debe hacer sino lo que conviene hacer. Otro rasgo es el carácter seductor y divertido de la ética posmoderna que lejos de ejercer un peso en nuestras conciencias busca sensibilizarnos, conmovernos a través de las imágenes que nos ofrecen los medios de comunicación.
d) Ciencia: ¿responsabilidad ética o neutralidad?
Texto de Mario Heler: “Ciencia incierta”.
Podemos preguntarnos si existe una relación entre la ciencia y la ética o si se trata de dos esferas separadas. ¿La ciencia tiene algún tipo de responsabilidad frente a sus resultados? ¿Es admisible la neutralidad científica? Heler hace un análisis crítico de la ciencia moderna o de lo que él denomina la “historia oficial de la ciencia”, es decir, de la versión hegemónica o dominante de la misma, según la cual la ciencia sólo es responsable de la creación de un objeto pero no de sus consecuencias. Para comprender mejor esta versión, el autor hace un recorrido por las principales características del pensamiento científico moderno y plantea una paradoja: la ciencia se autoproclama responsable de sus resultados positivos y los celebra como si fueran propios, pero se desentiende de las consecuencias negativas como si fueran el producto de otros.
e) La posibilidad de una ética laica
Texto de U. Eco “¿En qué creen los que no creen?”
El ideal ético de la modernidad consistía en poder alcanzar una fundamentación ética que no se apoye en principios trascendentes sino que tome como punto de partida al sujeto. Y es la razón el instrumento fundamental que posee el hombre para conocer y obrar.
Desde este momento surge la iniciativa de de plantear la ética en términos seculares, y es este gesto inicial el que recupera Eco al postular que no es necesario creer en Dios para ser moral.
Lo que se pone en juego cuando hablamos de ética no son nuestras creencias religiosas principalmente, sino la capacidad de considerar a los otros. “La ética comienza cuando los demás entran en escena” dice el pensador. La respuesta a la pregunta ¿En qué creen los que no creen? Parece ser: creen en los otros.
Unidad 5: Filosofía política
¿Dónde reside el poder?
El proceso de transformación de la sociedad feudal hacia la sociedad capitalista y la construcción de la hegemonía burguesa, se inicia en el siglo XV en las ciudades europeas y continúa ininterrumpidamente hasta su florecimiento en el siglo XVIII, en el que se produce la Revolución Francesa. Acontecimiento fundamental en la historia de Occidente, en el que las ideas políticas de nuevo cuño gestadas por la Filosofía Política Moderna encuentran su expresión más cabal en el ideario que proclama: libertad, igualdad, fraternidad. Este lema -cuyo eco aún resuena como reclamo, como cuenta pendiente en nuestras actuales sociedades- comenzó a desarrollarse durante el Renacimiento. La paulatina desacralización del mundo y el giro antropocéntrico que en éste tuvieron lugar, llevaron a que los hombres buscaran un nuevo fundamento que legitimara el poder político. Un fundamento que fuera inmanente a la organización social y no basado en el poder divino como lo estuvo durante el Medioevo. Esto condujo a la crisis y posterior abandono del antiguo paradigma político, el paradigma aristotélico[3], y a la instauración de uno nuevo: el paradigma iusnaturalista.
De acuerdo con el paradigma aristotélico el hombre es por naturaleza un animal político, un ser capaz de un sentimiento de benevolencia hacia sus pares. Por ello, concibe a la comunidad política, no como el resultado de un cálculo racional, sino antes bien, como el resultado de una evolución natural y gradual, cuyo punto de partida es la familia. Para el iusnaturalismo, en cambio, la comunidad política no es una asociación natural, sino artificial, resultado de un pacto entre individuos iguales y libres que deciden voluntariamente ceder una parte de su libertad, a fin de conseguir un orden social que les garantice la paz y la seguridad.
Otra diferencia significativa entre uno y otro paradigma es la relación que establecen entre ética y política, entre lo privado y lo público. Para Aristóteles la política es la continuación de la ética, pues es una praxis que se encuentra orientada a la realización de valores, sobre todo sociales. En este sentido, está supeditada no a un conocimiento de tipo técnico-cientítico, sino a la phrónesis o sabiduría práctica, la cual le brinda un conocimiento probable que le permite distinguir en cada circunstancia el justo medio que lleva a obrar rectamente. El iusnaturalismo, por el contrario, postula una clara división entre lo privado y lo público, entre la ética y la política. Esto es así porque considera que las diferentes concepciones de la vida buena (la ética) corresponden al ámbito de lo privado; mientras que al ámbito de lo público corresponde la organización racional y regulativa del tráfico social, en tanto la política es concebida como teckné y , en consecuencia, evaluada no en términos de rectitud, sino antes bien, de eficacia.
En su conocidísimo libro El Príncipe Nicolás Maquiavelo (1469-1527) postula, precisamente, esta separación entre ética y política, pues considera a esta última como un fin en sí mismo. Preocupado como estaba porque la península itálica consiguiera la unidad política, para este pensador renacentista, lo que verdaderamente importa es que se mantenga la cohesión y el buen orden del Estado. Por ello, entiende que es fundamental que el gobernante conserve y aumente el poder político, aun cuando los medios para lograrlo no sean siempre morales. De allí, la popular frase: “el fin justifica los medios”. Sin embargo, esto no significa una indiferencia frente a los efectos que producen la moral y la religión sobre el pueblo. Maquiavelo distingue la moralidad de los ciudadanos (ámbito de lo privado) de la moralidad del gobernante (ámbito de lo público). Considera que mientras la conducta moral de los primeros es primordial para la salud de la sociedad, la de un gobernante se encuentra por fuera de tales parámetros. No debe, por tanto, ser juzgada por la rectitud o no de sus actos desde un punto de vista ético, sino por el éxito obtenido en el establecimiento del orden estatal.
Entendiendo también que el fin del Estado no es otro que el mantenimiento del orden y la paz social, Thomas Hobbes (1588-1679) es uno de los primeros y más importantes representantes del contractualismo moderno junto a Jonh Locke (1632-1704)[4]. Sin embargo, más allá de este fundamental suelo teórico en común que poseen, las diferencias entre uno y otro no son menores, en tanto conciben de manera distinta cuáles son los límites del poder del soberano y cuál es la mejor forma de organización política. Como bien se sabe, Hobbes es un defensor del Absolutismo Monárquico, pues considera que siendo en estado de naturaleza “el hombre el lobo del hombre”, sólo es posible asegurar la convivencia pacífica entre los individuos dentro de un Estado, a través de la institución de una autoridad investida del máximo poder, capaz de garantizar la obediencia de los súbditos por el temor que infunde. De allí que, en perspectiva hobbesiana y según aparece explicitado en su famoso libro el Leviatán, el poder que ejerce el gobernante, si bien es instituido voluntariamente por quienes quedan sujetos a él, es al mismo tiempo irrevocable, absoluto, ilimitado e incondicionado. Concepción muy diferente es la que tiene al respecto Locke, puesto que para éste -tal como sostiene en su II Ensayo sobre el Gobierno Civil- el poder político debe ser limitado, divisible y resistible. Limitado porque no puede ser un poder arbitrario sobre la vida y los bienes de los individuos; divisible porque debe ser una Monarquía Parlamentaria, en la que el poder del monarca no es absoluto sino que se encuentra subordinado al poder del parlamento; resistible porque al constituirse el gobierno civil como resultado de pactos hechos sobre la base de la confianza, quienes quedan sujetos a ese poder tienen pleno derecho a reclamar y hasta de rebelarse a los gobernantes, si estos no cumplen con lo pactado.
Concibiendo a la libertad, no enteramente ligada al interés individual -según lo hacen Hobbes y Locke[5]- sino más en concordancia con principio de igualdad, Juan Jacobo Rousseau (1713-1778) es el gran inspirador de la Revolución Francesa. Su crítica a la versión liberal del contractualismo, se evidencia en que el contrato para él no es un pacto entre individuos, sino antes bien, de la comunidad con el individuo y de él con la comunidad, dando de este modo origen a la voluntad general. Voluntad general que es siempre indivisible (no se separa en poderes) e inalienable (no se delega), dado que el gobierno no es sino un ejecutor de la ley que emana de ésta. Propulsor de la democracia directa, para Rousseau es el pueblo, reunido en asamblea, el que participa directamente en la ratificación de las leyes, las cuales, preferentemente, deben ser aprobadas por unanimidad. Los magistrados electos son meros agentes del pueblo y no pueden decidir por sí mismos: de allí la insistencia en su revocabilidad en cualquier momento. Como bien lo subraya Sartori, Rousseau "sustituye la idea de representación no electiva por la idea de elección sin representación".
Entrado el siglo XIX, Karl Marx (1818-1883) va acentuar la crítica a la teoría del contrato social, a partir de una crítica radical al modo de producción capitalista. Desde su perspectiva, el conjunto de las relaciones sociales de producción que forman la estructura económica de la realidad, constituyen la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica, religiosa, política y cultural, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. De allí, por tanto, que el poder del Estado moderno no es como postulan los contractualistas el fruto de un pacto entre individuos libres e iguales, sino el resultado de las relaciones de dominación capitalista. Relaciones de dominación que se basan en la explotación que el capitalista hace de la fuerza de trabajo del proletariado, el cual -según sostiene Marx al final de El Manifiesto Comunista-:
“….se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.
Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”
Difícilmente sea posible exagerar la fuerte influencia que ejerció Marx en el siglo XX, no sólo en el ámbito de la teoría (en el que encontramos a pensadores de la talla de Benjamin, Lukács, Althusser, Marcuse, Gramsci o Mariátegui, por mencionar sólo algunos), sino también en el de la praxis política. Numerosas fueron las luchas políticas que se libraron y continúan librándose inspiradas en sus escritos: desde la Revolución Rusa de 1917, pasando por los movimientos de liberación del denominado tercer mundo en los 60 y 70, hasta los actuales movimientos anticapitalistas que abarcan un amplio espectro de reivindicaciones sociales, políticas, económicas, étnicas, ecológicas, etc. Así, de hecho, lo pone de manifiesto Adamovsky en su libro Anticapitalismo para principiantes. La nueva generación de movimientos emancipatorios (Manual de EGB)
Pese a todas estas críticas, lejos de desaparecer el capitalismo ha seguido desarrollándose y encontrando nuevas formas de revitalizarse, a través de una economía de carácter global y fundamentalmente financiera. El contractualismo liberal ha debido, en consecuencia, aggiornarse en algunos de sus postulados, dando lugar a lo dos grandes corrientes: la socialdemocracia y el neoliberalismo. Entre los defensores de la primera se encuentran importantes pensadores como John Rawls o Habermas, quienes pese a sus diferencias, reivindican en última instancia la teoría del consenso entre individuos libres y racionales como fuente de legitimación de un poder jurídico-político democrático y plural. Entre los defensores de la segunda se encuentran liberales de derecha como Nozick, para quienes el rol del Estado debe ser mínimo, pues consideran que la libertad de mercado constituye el mejor instrumento para la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades. Desde una perspectiva crítica, Ana María Ezcurra en ¿Qué es el neoliberalismo?, lleva a cabo un análisis de cómo durante las décadas del 80 y 90 esta teoría logró establecerse como una potente fuerza ideológica y fue adoptada como programa político-económico de un número importante de países. En Poder y Democracia, Noam Chomsky cuestiona también esta hegemonía neoliberal que busca destruir, a través de la propaganda mediática y la fragmentación social, toda posibilidad de democracia significativa; es decir toda posibilidad de que la gente participe, o lo que es aún peor, toda posibilidad de que sepa qué es lo que realmente ocurre, cuáles son las decisiones que se están tomando.
Rompiendo con esta concepción esencialista del poder (que tanto liberales como marxistas poseen), hacia la segunda mitad del siglo XX, Michel Foucault (1926-1984) sostiene que éste no puede ser localizado en una determinada institución o en el Estado, porque no es una sustancia o un fluido, algo que mana de alguien el rey, el pueblo o Dios), sino un conjunto de mecanismos y procedimientos, una relación de fuerzas. Por ello, al ser relación, el poder está en todas partes, es omnipresente y se teje tanto en las decisiones gubernamentales como en la familia o en la escuela; pero, no sólo para reprimir, sino además para producir efectos de verdad y de saber.
Unidad 6: Filosofía y sociedad
Para abordar este eje podemos tomar, como punto de partida, el concepto de tolerancia, que recibe algunos matices diferentes entre Modernidad y Posmodernidad.
La tolerancia en la Modernidad está basada en la idea de igualdad entre los hombres y en el papel central del Estado para garantizar esto, en pos del bienestar y la paz.
Aquí aparece Locke quien, en su Ensayo sobre la tolerancia, señala tres esferas donde ejercer este valor:
-1- Opiniones especulativas y culto divino, ámbito en el que la tolerancia debe ser absoluta, ya que no pueden incomodar a nadie.
-2- Opiniones y acciones prácticas, que serán toleradas mientras no causen inconvenientes en la sociedad. Así, en pos de la paz y el bienestar, el Estado puede poner ciertos límites, como prohibir que se haga pública determinada opinión; aunque no puede obligarse a alguien a renunciar a ella o a aceptar la contraria pues esto llevaría a la hipocresía.
-3- Virtudes y vicios morales. Aquí el Estado puede jugar con el concepto de moderación; es decir que puede prohibir algunos vicios, o limitarlos, pero no puede prohibir virtudes.
En el ámbito político aparece la posibilidad de prohibir partidos, no por su opinión, sino porque resultar una amenaza al Estado si son muy numerosos.
En La paz perpetua de Kant se ven los tres pilares de la Modernidad: libertad -como hombres-, fraternidad -como súbditos, dependientes de un Estado- e igualdad –como ciudadanos; indispensables para garantizar la paz perpetua. Esto se completaría con una forma de gobierno republicana, una Federación de Estados Independientes (Federación de Paz) y la idea de una hospitalidad universal como condición de toda ciudadanía. La hospitalidad universal remite a la idea de ciudadanía mundial por la que todo hombre debe ser tolerado como visitante y así cambiar la idea moderna de que toda visita es una conquista.
Estas dos posturas modernas podrían complementarse en su lectura con la Declaración de los Derechos del hombre y el ciudadano.
En la actualidad, en cambio, la tolerancia no buscaría reivindicar la igualdad sino la diferencia, la originalidad, según Piastro. Esta autora, en “Identidades en movimiento”, señala, como una de las causas de este cambio, el abandono del concepto de historia como progreso, como avance a la realización cada vez más perfecta del hombre ideal. Esto se suma a la convicción de que no hay una sola verdad y a la certeza ética que es el respeto a la diferencia porque nadie tiene el monopolio de la razón; por lo tanto, es necesario dialogar. A la tolerancia religiosa y política, que vienen de la Modernidad, se suma la sexual y cultural.
Sin embargo, Piastro sostiene que la tolerancia es una virtud débil que nos permite sobrevivir a las diferencias, pero no nos enseña a vivir con la diferencia. Esto se refuerza al plegarse a la idea de que a nuestra identidad la vamos construyendo en diálogo con otros y por la mirada de los otros. Ella ejemplifica y problematiza esto con el ejemplo de la conquista de América.
De esta idea de la tolerancia en la actualidad puede desprenderse el concepto de multiculturalismo como desafío, como una nueva relación entre cultura, sociedad y política, según lo sostiene Abellán en “Los retos del muticulturalismo para el Estado moderno”.
Aparece la necesidad del reconocimiento público de las diferencias, saliendo de la simple reflexión teórica a la realización práctica de modelos de integración. Así, se muestran dos formas básicas de multiculturalismo:
-1- Eliminación de la discriminación social y política de grupos diferentes.
-2- Garantía de la supervivencia de las distintas culturas presentes en una sociedad pluralista.
El multiculturalismo se opone así al asimilacionismo, en el que el individuo inmigrante debe adaptarse a la cultura en la que se encuentra.
Esto también lleva a una nueva definición del Estado, no ya con la idea de una homogeneidad política y cultural –como en la Modernidad-, sino tal vez como una comunidad de comunidades (federal) con diferentes grados de autonomía y relacionadas por vínculos políticos y jurídicos. Esto llevaría a una soberanía con varios centros de autoridad.
Ahora bien, el mismo Abellán formula la siguiente pregunta: el multiculturalismo ¿no naturalizaría la idea de cultura, como un factum fundante de toda organización política?
Si decidimos mirar hacia Latinoamérica, nos encontramos con el texto de García Canclini, en cuya tesis central sostiene que hemos tenido un modernismo exuberante con una modernización deficiente. Esto permitió que las clases dominantes mantuvieran su hegemonía sin tener que justificarla. Por ejemplo en la cultura escrita a través de la limitación de la escolarización.
Así, nuestra modernidad no debería medirse con las imágenes de ese proceso en los países centrales. Nuestro modernismo cultural no expresa la modernización socio-económica sino el modo en que las elites intentan elaborar un proyecto global a partir de las huellas de diferentes culturas. Los países latinoamericanos son resultado de la sedimentación, yuxtaposición y entrecruzamiento de tradiciones indígenas, del hispanismo colonial católico y de las acciones políticas, educativas y de comunicación modernas. La modernización operó pocas veces mediante la sustitución de lo tradicional y lo antiguo y permanecieron así las contradicciones entre lo culto y lo popular. Por ejemplo en el plano del arte, no hubo un simple trasplante de las vanguardias europeas, sino reelaboraciones deseosas de contribuir al cambio social.
El decir que el modernismo en Latinoamérica se cumplió tarde y mal es una simplificación ya insostenible para este autor, quien, a continuación, se adentra en lo sucedido en el campo artístico en el siglo XX. Se detiene especialmente en la segunda mitad, en la que se da la fuerte modernización socioeconómica, junto con un crecimiento urbano e industrial, la inclusión de nuevas tecnologías comunicacionales, etc. Por el llamado “voluntarismo cultural”, los artistas buscaron fusionarse con las masas y con la aparición de la industria cultural se produjo un cambio de sentido en la grieta entre lo culto y lo popular. Por otro lado, aparece la sociedad civil, encarnada en las grandes empresas, que se hacen cargo de las iniciativas innovadoras, buscando obtener lucro bajo una imagen “desinteresada” y dejando en manos del estado el resguardo del patrimonio histórico, en la busca de legitimidad y consenso.
Para Jesús Martín Barbero, la globalización es percibida en América Latina como la hegemonía de la sociedad de mercado, que exige una apertura nacional y una integración regional, sobre la sociedad de la información. Las reglas ya no las pone el estado sino el mercado. Así, a nivel nacional el crecimiento de la desigualdad deteriora los mecanismos de cohesión política y cultura; y a nivel regional, las exigencias de competitividad prevalecen sobre la cooperación y complementariedad.
Para este autor las tecnologías de la información y de la comunicación son una fuerte herramienta en la supresión de fronteras. El problema en Latinoamérica es que, a pesar del gran consumo audiovisual, hay muy poca producción endógena y una mayor neutralización, o sea borramiento de las señas de identidad regionales y locales. Y justamente es, desde la diversidad de culturas, territorios e historias desde donde se resiste y negocia con la globalización.
La mundialización cultural es diferente a la globalización económica porque no se impone desde afuera. Tiene que ver con una nueva manera de estar en el mundo, reflejada en los cambios en la vida cotidiana (alimentación, ocio, pareja, etc.) Aquí las tecnologías de la información son muy importantes porque intercomunican y transforman el sentido del lugar en el mundo, que no se identifica con la sociedad nacional.
Se produce un nuevo espacio reticulado que debilita las fronteras de lo nacional y lo local. De acuerdo con Foucault, se produce un cambio en la concepción del poder que ya no se ejerce verticalmente, sino desde la retícula cotidiana que ajusta los deseos y demandas de los ciudadanos. Redes virtuales que se vuelven reales cuando son activadas. El mundo que habitamos está poblado de espacios virtuales. Y las reestructuraciones del espacio llevan a su resignificación social. La universalización que nos legó la Ilustración tenía mucho de universalizar una particularidad: la europea. Las redes informacionales pueden ser así el escenario de a lucha por descentralizar, no sólo la centralización económica sino también la cultural.
Y así entramos en el tema de los medios masivos de comunicación, donde se pueden distinguir dos posturas antagónicas:
Para Gianni Vattimo en “Posmoderno, ¿una sociedad transparente?” la Posmodernidad es la sociedad de la comunicación generalizada, la sociedad de los mass media.
La modernidad se acaba cuando la historia deja de ser algo unitario. A partir de ese momento no hay una historia única y la disolución d esta idea también determina la disolución de la idea de progreso. En esto influyen el fin del imperialismo y del colonialismo y el advenimiento de la sociedad de la comunicación. Esto implica una explosión multiplicación de Weltanschauungen (visiones del mundo). Ya no hay una realidad, sino que la realidad es el resultado del entrecruzamiento de imágenes sin una coordinación central.
Para Vattimo esta pluralidad de imágenes y voces no es algo negativo. Por el contrario, este autor ve allí la posibilidad de un nuevo ideal de emancipación basado en la erosión del propio principio de realidad y en la liberación de las diferencias. Así se daría la posibilidad de nuevos dialectos, consensos e interpretaciones.
En cambio, Sartori destaca los aspectos negativos de los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión. Señala que en el ámbito de la política la televisión actualmente conduce las opiniones condicionando, por ejemplo, los procesos electorales. Precisamente la democracia representativa es, para él, un gobierno de la opinión. Con la aparición de la televisión se habría roto definitivamente el equilibrio entre las opiniones autónomas y las opiniones dirigidas. Da como ejemplo los sondeos que se muestran como un instrumento que revela la vox populi, sino que muestran el poder de los medios de comunicación sobre el pueblo, tomando en cuenta que son opiniones débiles, volátiles, inclusive inventadas en el momento para no quedarse callado.
Por otro lado, la televisión, a pesar de llegar a un número mayor de personas, informa menos porque los contenidos elegidos son aquellos que pueden transformarse en una imagen atractiva. A eso se suma la desinformación (distorsión de la información) y la subinformación (información insuficiente que empobrece la noticia) y la fabricación de pseudo-acontecimientos (el hecho que acontece sólo porque hay una cámara delante). Algunos, debido a su formación, logran superar esto, otros quedan en el camino o cambian de canal. La desinformación, en particular, se ve alimentada por entrevistas casuales, estadísticas falsas y la búsqueda de espectacularidad en la noticia que muchas veces distorsiona la realidad o permite escuchar solamente a una de las partes. La pérdida de la capacidad de abstracción, por quedar pegado a la imagen, impide distinguir lo verdadero de lo falso.
[1] MORIN, Edgar (2001) Los siete Saberes necesarios para la Educación del futuro, ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, p. 59.
[2] DESCARTES, Renato (1984); Discurso del Método, ediciones orbis S A, Buenos Aires, p 55.
[3] El advenimiento del cristianismo, si bien supuso un cambio en cuanto a la procedencia del poder, pues se concibió que el poder de los reyes provenía directamente de Dios, no implicó otros cambios sustanciales en relación al paradigma aristotélico.
[4] El contractualismo es una teoría, de acuerdo con la cual, el poder político tiene su origen, no en la divinidad, sino antes bien, en la celebración de un pacto que establecen entre sí individuos que en “estado de naturaleza” son todos libres e iguales.
[5] En efecto, si algo tienen en común el contractualismo de Hobbes y Locke es la importancia que otorgan a la libertad del individuo. En el caso del primero, la adhesión al Absolutismo Monárquico, responde precisamente a la necesidad de garantizar un estado de paz social en la que los individuos puedan ejercer a pleno sus derechos civiles. En el caso del segundo, la legitimidad o no de un gobierno se mide por si garantiza o no la capacidad de cada hombre de disponer libremente de sí mismo y de su propiedad.